El enigma había preocupado a los arqueólogos durante décadas. El descubrimiento de 225 estatuillas funerarias en la tumba de Osorkon II, con el nombre grabado de Sheshonq III, no deja lugar a dudas.
Un pesado sarcófago de granito, descubierto en 1939, reposa desde hace milenios en la cámara funeraria del faraón Osorkon II, sin ninguna inscripción que indique a quién pertenece. Ha sido necesario esperar a las nuevas excavaciones del yacimiento arqueológico de Tanis, en el noreste de Egipto, para desvelar en parte este misterio.
En un último comunicado publicado a finales de noviembre, el Ministerio de Turismo y Antigüedades de Egipto anunció que las excavaciones realizadas en el marco de la misión francesa de excavaciones de Tanis, llevada a cabo por la EPHE-PSL, han sacado a la luz 225 ušebtis de faenza, estatuillas funerarias colocadas en las tumbas de personas de alto rango, notablemente conservadas en capas de limo.

Estas figurillas fueron exhumadas en el ala norte del complejo, a pocos metros de la tumba anepigráfica. Todas llevan el mismo nombre, el del rey Sheshonq III, predecesor de Osorkon II.
¿Una maniobra de ocultación?
Para el equipo franco-egipcio, las pruebas convergen en una «única conclusión»: Sheshonq III fue enterrado «voluntariamente» aquí, en una tumba que no es la suya, «contrariamente a lo que se esperaba inicialmente». Para ellos, la decisión fue decididamente política.

Hasta ahora, los arqueólogos e historiadores suponían que Sheshonq III había sido enterrado en su propia tumba, aún sin identificar, en otra parte de la necrópolis. Pero la presencia de sus figurillas funerarias en la cámara de otro rey revela una historia completamente diferente. Para el Dr. Mohamed Ismail Khaled, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades, esta aclaración supone un «punto de inflexión en nuestra comprensión de la necrópolis real de Tanis».
Un periodo tumultuoso
El reinado de Sheshonq III, en el siglo IX a. C., coincide con un Egipto fragmentado, donde el poder se divide entre varios pretendientes, cada uno de ellos apoyado por ramas rivales de la familia real. El delta del Nilo permanece bajo su control, pero el país se fragmenta, mientras que los gobernadores, los jefes militares y los dignatarios regionales ganan autonomía. El poder central se desmorona hasta tal punto que, tras la muerte del faraón, ni siquiera su tumba, a pesar de ser sagrada, está segura.
Es posible que los planes para su entierro se modificaran debido a estos disturbios políticos. ¿Quizás se ocultó el cuerpo para protegerlo de un conflicto o se trasladó desde otra sepultura para mantener su ubicación en secreto? ¿O simplemente se quiso borrar su memoria? Los autores del descubrimiento no descartan ninguna hipótesis.