Contrariamente a la opinión generalizada, la ropa de cama no tiene por qué lavarse a temperaturas extremadamente altas. Las investigaciones demuestran que un ciclo semanal regular a temperatura moderada, complementado con un lavado a 60 °C una vez al mes, especialmente en el caso de personas alérgicas o durante una enfermedad, garantiza eficazmente la frescura y la seguridad de toda la familia. Entonces, ¿cómo lavar la ropa de cama para que esté limpia, higiénica y libre de ácaros, sin dañar los tejidos?
¿Con qué frecuencia hay que cambiar la ropa de cama?
La ropa de cama es uno de los elementos más íntimos de nuestro entorno: pasamos casi un tercio de nuestra vida en ella. Durante ese tiempo, se acumula sudor, sebo, células muertas de la piel y microorganismos, que encuentran en los tejidos las condiciones ideales para desarrollarse. Según los expertos de la National Sleep Foundation, cambiar la ropa de cama cada 7-10 días es la norma que nos permitirá mantener la higiene del sueño y reducir el riesgo de alergias e infecciones. En los hogares donde hay animales, debemos lavarla con más frecuencia, ya que el pelo, las micropartículas de las patas y las bacterias traídas del exterior hacen que los tejidos se contaminen mucho más rápidamente.
Los científicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York subrayan que en la ropa de cama pueden vivir millones de ácaros, cuyos excrementos son un potente alérgeno que provoca problemas respiratorios y agrava los síntomas del asma. Por otra parte, un estudio publicado en el Journal of Allergy and Clinical Immunology (2001, Royal Prince Alfred Hospital) demostró que lavar a 60 °C elimina eficazmente tanto los alérgenos de los ácaros (Der p 1) como los alérgenos de los gatos (Fel d 1), lo que reduce claramente el riesgo de reacciones alérgicas.

Los tejidos frescos favorecen un descanso más profundo y relajante, al tiempo que reducen el riesgo de irritación de la piel, agravamiento del acné o síntomas de eccema. En un espacio ordenado, libre de exceso de bacterias y alérgenos, el cuerpo se calma más fácilmente y la regeneración es más rápida y eficaz.
El lavado regular también es una inversión en la durabilidad de los materiales. La suciedad que se deja durante mucho tiempo penetra profundamente en las fibras, debilita su estructura, les quita su suavidad y acelera el proceso de envejecimiento de los tejidos. Por el contrario, el cuidado sistemático hace que la ropa de cama conserve durante mucho tiempo su color, elasticidad y delicadeza, por lo que dura años y se reduce la necesidad de cambiarla con frecuencia.
¿Es necesario lavar la ropa de cama a 60 o 90 grados?
El lavado a altas temperaturas se considera el método más eficaz para eliminar los microorganismos. Y, de hecho, tiene una base científica sólida. A esta temperatura mueren los ácaros del polvo doméstico, uno de los factores más importantes que provocan alergias, sinusitis crónica o agravamiento de los síntomas del asma. En las recomendaciones alergológicas, el lavado a 60 °C sigue figurando como método estándar para reducir los alérgenos de la ropa de cama, especialmente en hogares donde viven personas alérgicas o niños pequeños.
En el ámbito médico, la norma es aún más estricta. Los textiles hospitalarios se someten a procesos quimio-térmicos a temperaturas de entre 60 y 70 °C, manteniendo una temperatura constante y utilizando detergentes adecuados. Esta combinación garantiza la desinfección completa de los materiales. Los resultados de un estudio publicado en Applied and Environmental Microbiology (Universidad de Arizona, 2021) confirman que el lavado a 60 °C elimina eficazmente, entre otras cosas, las bacterias Staphylococcus aureus, lo que es especialmente importante en entornos clínicos, donde el número de patógenos es mayor que en un dormitorio medio.
Sin embargo, debemos recordar que las altas temperaturas también tienen ciertas consecuencias. Cada ciclo de lavado a 60-90 °C supone un consumo de energía mucho mayor, lo que se traduce tanto en facturas más elevadas como en un mayor impacto medioambiental. El Departamento de Energía de los Estados Unidos afirma que lavar la ropa con agua fría o tibia permite reducir el consumo de energía hasta en un 90 %, ya que la mayor parte de la energía no la consume el motor de la lavadora, sino el propio proceso de calentar el agua. Según los análisis del Sierra Club, cambiar los hábitos de lavado puede reducir las emisiones anuales de CO₂ en más de 700 kilogramos en un hogar típico.

Las altas temperaturas también afectan al estado de los tejidos. El algodón delicado, el satén o las fibras mixtas pierden elasticidad, pueden desteñirse y formar pelusas. Lavar con frecuencia a 90 °C aumenta además el riesgo de que el tejido encoja. Como resultado, las juegos de cama se desgastan más rápido, por lo que tenemos que reemplazarlos con más frecuencia. Por otro lado, los detergentes modernos desempeñan un papel cada vez más importante. Un estudio publicado en el Journal of Surfactants and Detergents (Universidad de Cincinnati, 2020) indica que los productos que contienen enzimas e ingredientes basados en oxígeno activado reducen el número de bacterias en 3-4 logaritmos, incluso a temperaturas de 30-40 °C. Esto supone una reducción de hasta mil veces en el número de microorganismos, sin necesidad de utilizar agua extremadamente caliente.
Cabe recordar que, aunque los ácaros mueren solo por encima de los 55 °C, sus alérgenos pueden eliminarse eficazmente a temperaturas más bajas, siempre que el programa de lavado sea lo suficientemente largo y elimine bien los restos de detergente y microorganismos. Para las personas alérgicas, la solución óptima es lavar la ropa de cama a 60 °C una vez al mes, mientras que los ciclos regulares a temperaturas más bajas, con detergentes modernos, son totalmente suficientes para mantener la higiene diaria.
¿A qué temperatura es mejor lavar la ropa de cama? Los expertos no tienen dudas
El debate sobre la temperatura óptima para lavar la ropa de cama lleva años dividiendo tanto a los médicos como a los fabricantes de detergentes. Sin embargo, las últimas investigaciones indican claramente que, para el uso diario, una temperatura de 40 °C es más que suficiente, siempre que el ciclo de lavado dure al menos una hora y el detergente utilizado tenga propiedades antibacterianas. Un análisis publicado en Annals of Allergy, Asthma & Immunology (American College of Allergy, Asthma & Immunology, 2019) demostró que el lavado regular en estas condiciones reduce la presencia de ácaros y alérgenos en un grado comparable al lavado a temperaturas más altas. Además, la temperatura más baja protege las fibras: el algodón y el lino conservan su estructura, suavidad y color durante mucho más tiempo, lo que se traduce directamente en una mayor durabilidad de la ropa de cama.
Sin embargo, la temperatura por sí sola es solo uno de los elementos de un lavado eficaz. Igualmente importante es el tiempo que los tejidos permanecen en contacto con el agua y el detergente. Un ciclo más largo permite disolver la suciedad de forma más eficaz y eliminar mecánicamente los microorganismos. Una revisión bibliográfica realizada por ARHAI Scotland (2020, National Infection Prevention and Control Manual) destaca que el lavado a menos de 60 °C puede ser totalmente eficaz si se utilizan los desinfectantes adecuados y se prolonga el programa de lavado.
Sin embargo, esto no significa que se deban ignorar por completo las temperaturas más altas. En situaciones como una enfermedad en la familia, alergia a los ácaros o ropa de cama muy sucia, el ciclo de lavado a 60 °C constituye una protección adicional.
También cabe destacar que la luz solar natural actúa como un eficaz desinfectante natural. Un estudio publicado en el Journal of Photochemistry and Photobiology B: Biology (Universidad de Southampton, 2017) demostró que la radiación UV reduce significativamente el número de bacterias en los tejidos secados al aire libre. Por lo tanto, la higiene de la ropa de cama no tiene por qué basarse únicamente en altas temperaturas: es igualmente importante tomar decisiones conscientes sobre los detergentes, la duración del ciclo de lavado y el método de secado.